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Hay tres tipos de futbolistas: el que tarda en pensar, el que piensa más rápido que un vaquero del Oeste desenfundando su revólver y por último está PIRLO. Pocos hay que piensen igual de rápido en el campo que Pirlo. Porque mientras sus compañeros están pensando a donde mandar la pelota, él ya ha diseñado la jugada: él ya ha ordenado a su compañero a donde tiene que entregar el balón y él ya se ha colocado para recibir el próximo balón. Así lleva casi 18 años y así puede aguantar otra tirada de años porque Pirlo juega con la cabeza y no con el físico. Y esa es su gran virtud.
Con su apariencia de padre, Pirlo enseña diariamente una lección de cómo se juega a este deporte que mueve montañas y que los italianos decidieron llamarlo calcio. Simplemente Pirlo se sitúa en su parcela del campo, mira a un lado, al otro, la pide, vuelve a mirar y la suelta; ordena a sus compañeros, sigue avanzando y la vuelve a pedir, volviendo a repetir la acción anterior cada vez que la jugada lo requiera, si no te da un pase largo o te cambia la velocidad a la que debe correr el balón. Siempre ordenando a sus compañeros y con una rapidez propia de un superclase. Es el director de orquesta y está encantado de serlo. Le gusta llevar el tempo del partido y decide cuando acelerarlo o cuando calmarlo.
No ganará títulos individuales ni copará grandes titulares pero el que es amante del fútbol es amante de Pirlo. ¡Pero si es que sólo con verle sabes que estás viendo a un tipo elegante, a un tipo diferente en el campo! Porque la apariencia con Pirlo no engaña. Porque tú veías a Gatusso y sabías, sin verle jugar ni un solo minuto, cuál era su función, pues lo mismo con Andrea: le ves y sabes cuál es su función.
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