Cuando amas un club, unos colores, quieres saber todo de él.
Saber qué significa para los que son como tú; saber su historia. Todo. Tengo la
suerte de que mi padre (y su amigos) me han llevado al Calderón desde que era
un enano de pelo a tazón con bufanda rojiblanca tapando el frío pero enseñando
los colores. Me sentaba debajo del palco (tres filas detrás de Arteche) y
muchas veces no entendía lo que estaba pasando pero como buen inquieto que soy
no paraba de preguntar.
Un día, vi salir a un señor mayor con pelo blanco (como mi
abuelo) del banquillo del Atleti y me dio por preguntar que quién era ese señor
tan mayor. “Es Luis Aragonés, nuestro entrenador. Un grande” me contestaban.
Años después, cuando uno va al fútbol, no sólo para empaparse del ambiente sino
para fortalecer una pasión, supe quién era de verdad Luis Aragonés.
No era un entrenador más, no era el argentino que adoran en
el barrio de la Boca y que pasó fugazmente por el Calderón. No era el padre del
jugador que ahora disfruta de la Premier League. No era ese entrenador que pasó
no hace mucho por el Calderón de gafas rojas y de conversación íntima con su
corbata cada vez que el Atlético se caía. Era el entrenador más importante de
la historia del club al que iba a ver cada domingo.
Mi padre tiene un amigo de estos vintages, esos amantes del futbol de toda la vida (lleva bigote así
que con eso digo todo) y escuchándole hablar de fútbol con mi padre lo mismo te
recita de carrerilla la alineación del Brasil de los 70, que te habla de la
final de Copa de Europa que estuvo a punto de ganar el Atlético de Madrid.
Ojiplático me sorprendí, no sabía que el Atlético llegó a jugar una final de
esas que tanto presumen los niños del Madrid en el colegio.
Seguí escuchando y hablaban de lo cerca que estuvo esa
final, del alemán con nombre raro que tanto destrozó al Atlético y del gol de
falta de Luis Aragonés. El mismo nombre del señor mayor que años atrás salía
del banquillo del Atleti. Luis Aragonés debía ser importante en el Atleti, sí.
Con internet, la curiosidad aumenta, uno empieza a indagar para saber quién es
Luis, ve vídeos, pregunta y te das cuenta de lo importante que fue.
No era un inquilino más de un banquillo que tanto maldecían
el padre y el hijo que tenía en la fila de adelante. Porque el abuelo que salía
del banquillo en chándal será siempre importante para mí, porque yo comencé mis
recuerdos futbolísticos con el Atleti en Segunda y él fue el que me dio mi
primera alegría como aficionado rojiblanco. Porque volviendo a Primera
División, las burlas ya se acabarían y todo gracias a ese hombre que tan
mencionado era en el círculo de amigos de mi padre. Por algo sería.
Creces, te gusta más y más el fútbol, eres más consciente de
lo que pasa alrededor y cuando parece que ese señor ya no es mencionado… vuelve
a aparecer. Ahora no era el encargado de coger a tu equipo sino a tu selección.
Y en 2008, el mismo que te hizo disfrutar subiéndote a Primera, te hace
disfrutar ganando una Eurocopa, eso que siempre otros ganaban menos tu
selección. Dos alegrías y un mismo hombre. Marcado de por vida.
Pero sigues leyendo y escuchando y cada anécdota nueva que
conoces, más te hace engrandecer su figura. Porque cada vez que el Atlético
estaba mal, que el entrenador estaba más cerca de caer al Manzanares que de
bañarse en Neptuno, siempre te salía el mismo nombre para que rescatase (de
nuevo) a tu equipo: Luis Aragonés.
Es como cuando estás malo y te entra la mamitis que todo lo cura, pues igual: te entra la zapatonitis y parece que la cosa duele
menos, aunque muchas veces nunca llegue. Cuando se despidió de la Selección,
soñé con verle con su chándal en la banda del Calderón como le vi cuando tenía
8 años. Nunca volvió pero siempre estará con nosotros porque Luis Aragonés
sigue cogiendo de la pechera al oso del escudo para que nunca se relaje. Y nos
coge de la pechera a cada uno que cuando el orgullo está cayendo nos recuerda
qué es el Atleti. Qué es su Atleti.
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